“Los abogados vivimos de la miseria humana”, comentaba en aquel tiempo un aspirante a licenciado en derecho, al que hoy se le puede ver pasar con su rostro profesionalmente endurecido en un modelito automotriz que luce con gran donaire. Es que al parecer la miseria genera y mueve enormes flujos de capital. Es cuestión de contar las oficinas de abogados, las dependencias de tribunales y sus magistrados, notarias, escuelas de derecho que aparecen ante cualquier descuido que deje una sala y una pizarra abandonadas, contar a los gendarmes y sus oficinas de muros altos, hasta el kiosco o la venta de completos en horarios de visita, mucha plata. Lo que si no hay que contar es a la mismísima miseria, que si bien mueve enormes capitales, ella en si es la nada misma, el vacío absoluto, es en si un agujero negro, vergonzoso y maloliente que llevamos todos por vivir con todos. Si hasta la amurallamos y rodeamos con anticuerpos en una especie de fortaleza que nos aleje de nuestras debilidades. La riqueza se la llevan los astutos que viven de ella y a la miseria humana se le combate encerrándola consigo misma, para que se autodestruya, se saque los ojos, que se mienta, robe, viole, manosee, que deje escurrir en su cara todo su morbo aberrante. Que se pudra, que huela mal, que duela como punzando, que machaque el ceso con tanto receso, hasta que de una vez por todas se neutralice, o que en el peor de los casos traspase los muros y nos sea devuelta como una miseria light.
Si nadie mintiera y cumpliera con su palabra, no tomara lo que le pertenece a otro, ni forzara al otro, ni a la otra, si respetara el compromiso que adquirió para con los otros y que están escritos, pero no, no. Este mundo feliz no puede existir, porque de hacerlo seria una desgracia. La cesantía superaría los dos dígitos y bordearía un cuarto de la población; colapsaría la industria forestal y los bosques respirarían tranquilos pues los papeles, contrapapeles y copias de mil colores ya no serian necesarios; la escasez de noticias nos volvería locos del aburrimiento. Que lata.
Mejor no meter mano, solo archivar, y en este caso, fisgonear con ojos ajenos y mirada armoniosa a este riñón purificador que se nos esconde y que pronto transformaremos en complejos habitacionales u oficinas publicas, un ultimo “sapeo” antes de que sea trasladado con otras moscas hacia las afueras de nuestra urbanidad, para verla aun menos. Total, a quien le importa de donde sale el oro.
Mauricio Vergara
(propuesta de texto para el lanzamiento de exposicion fotografica de Vanias Mohovilovich, rechazada obvio)
jueves, marzo 19, 2009
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